ME GUSTA MI PERFUME ¡PERO NO ME DURA NADA!
La duración de un perfume depende
de dos cosas: su concentración y su composición. Cuanto mayor sea la
concentración, más duración tendrá el perfume. Pero hasta un determinado punto,
elegido para optimizar el delicado equilibrio que se establece entre la adherencia
y el acabado olfativo.
En efecto, una vez superado este
umbral de concentración óptima, el perfume se aplasta y está tan concentrado
que produce el efecto contrario: se destruye el equilibrio, pierde su brillo y
su estela, se adhiere a la piel y ya no se difunde. Tenemos casi la impresión
de que ya no lo podemos oler, o peor aún: ¡puede llegar a resultarnos
desagradable! La composición es igualmente fundamental para garantizar la
duración de un perfume. Por ejemplo, las notas frescas, cítricas y florales
están constituidas por moléculas ligeras, que se evaporan rápidamente tras la
vaporización.
Por el contrario, las notas
almizcladas, avainilladas y ambarinas, por citar algunas, son más pesadas y,
por tanto, menos volátiles. Una colonia, por ejemplo, no podrá aguantar un día
entero, y no debemos enfadarnos por ello. La permanecía de un perfume puede
establecerse en función de una voluntad estética. Algunos perfumes se basan en
una construcción y una concentración que dan prioridad a la finura, la delicadeza
y la frescura porque esa es su intención. La belleza de una composición en
torno a la madreselva, fragancia delicada y fugaz por definición, sólo puede
residir en la ligereza. Por este motivo, será un perfume poco duradero, pero ¡a
quién le importa! El acabado y la emoción que despierta su fragilidad pueden
primar por encima de su durabilidad. Si el precio que hay que pagar es tener
que perfumarte de nuevo durante la jornada, entonces no lo dudemos. Porque no
hay nada más agradable que volver a sentir la frescura y el esplendor de tu
perfume cuando te rocías.
El excesivo énfasis en la
potencia y la tenacidad, que ha alcanzado nuevas cotas estos últimos años, ha
dejado de lado la sutileza, animando a los usuarios en esa dirección. A medida
que aumenta el precio del perfume, los consumidores las exigen a cambio de su
dinero. Se habitúan a una potencia exuberante y la vuelven a pedir. Los
profesionales han entendido el mensaje: ¡tiene que oler fuerte y durante mucho
tiempo! Como si «oler fuerte» fuera sinónimo de «oler caro». De esta manera,
nos vemos obligados a elegir un perfume no solo por cómo huele, sino por su
rendimiento.
Sin embargo, el aumento de las
concentraciones no es la solución al problema, ya que a menudo interviene el
que nos acostumbramos a cómo olemos. Al usar el mismo perfume todos los días,
lo asimilamos a nuestro olor personal, al que nuestro cerebro se acostumbra y,
por consiguiente, deja ya de percibirlo para no saturarse. El secreto para
contrarrestar esta situación es cambiar de perfume con tantas veces como sea
posible.
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