¿Qué me llevó a hacer el viaje a Ucrania?
Lo primero que quería decir es que no va de un tema político, racial, religioso o ideológico. Hice este viaje porque comparto el mismo sentimiento de esperanza por un futuro mejor. Me gusta contribuir a que otras personas tengan una vida mejor, creo firmemente que poniendo un poco de cada uno podemos tener un entorno mejor.
Todos somos seres humanos y tenemos las mismas necesidades básicas para vivir: queremos un hogar, un sitio seguro en el que vivir y hacerlo en armonía con nuestros vecinos y la naturaleza que nos rodea. Todos lloramos cuando experimentamos tristeza o una gran alegría. Y cuando nos tocan las palmas y la guitarra, todos queremos bailar. Si puedo contribuir aportando mi granito de arena a generar un futuro mejor para otras personas como yo, me sentiré realizado como ser humano y me sentiré parte del mundo.
Bueno, todo esto empieza un día que Jesús Gómez Amorin, mi compañero de trabajo que vive en Galicia, le cuento que necesito hacer algo por mí, pues estoy pasando por un momento personal-sentimental-laboral un poco complicado, quería incluso volver a hacer el Camino Santiago ya por sexta o séptima vez... Pero sugiere que hagamos algo más importante que ayudemos a personas en Ucrania llevando medicinas, comida infantil, pañales, mantas y peluches.
No solo me pareció bien, si no incluso me puse en contacto con militares para ver qué podía hacer yo por allí, me explicaron que las guerras de ahora no son las que yo pude vivir en mi periodo militar obligatorio o lo que vemos en las películas de John Rambo o Arnold Schwarzenegger, me volví a mi afortunada realidad y dando gracias a personas como Ramón, militar colombiano que me ayudo a tomar una decisión correcta y que desde aquí le quiero dar las gracias por su ayuda en Ucrania.
Siguiendo con el viaje, Mi Rebotica se ofreció a subvencionar el viaje, por lo que esto me daba la oportunidad de cerrar mi ciclo laboral con la empresa de una manera no lucrativa.
Creo que para Jesús y para mí es una necesidad el poder ayudar a personas que lo necesitan y esto le lleva a Jesús a contactar con una persona ucraniana de Talavera que necesita traerse a unas sobrinas y sacarlas de todo aquel horror.
El viaje de ida se hace en 2 días y medio, al ser dos conductores hacemos unas medias sacando al día incluso casi 1300 km por jornada y con apenas descanso entre trayectos.
Llegamos temprano a la ciudad de Chelm (lugar de conexión entre Polonia-Ucrania), allí en la frontera nos dirigimos al hotel donde ya estaban llegando las niñas Yulia y Natalia de 18 y 19 años con sus mamas, nuestro mayor reto era que esas niñas no pasaran por el trance de dormir en el campo de refugiados.
Dejamos a las niñas y a sus mamás despidiéndose (no pudimos ver esa escena) y nos dirigimos a buscar a nuestro enlace para descargar la furgoneta. Una vez descargada en una especie de nevera gigante de 300 m² en mitad de la nada. Los ayudantes policías y voluntarios de Ucrania y Polonia nos enseñan y nos piden que busquemos chalecos antibalas, cascos y también unos útiles para hacer torniquetes...
Es aterrador, pensar que lo más importante para ellos es los chalecos que la propia comida.
Una vez terminado de descargar nuestra furgoneta nos dirigimos con nuestro enlace al campo de refugiados en busca de nuestros nuevos compañeros de viaje.
Ya en las instalaciones habilitadas para la recogida de refugiados nos encontramos en la entrada con unos militares donde nos acreditamos y dimos todos los datos para que tuvieran la constancia y registro de quiénes éramos y dónde íbamos y lo más importante, que estuviéramos acreditados para nuestro viaje de regreso por Europa.
Allí sólo nos encontramos silencio, unas tenues risas inocentes y los megáfonos de los militares diciendo no sé qué y camas vacías, nos dijeron que estaban evacuando pues se preveía una gran oleada de personas. Allí sólo una mamá, con dos niños, nos pidió que los lleváramos a la estación del tren pues querían ser trasladadas a Italia con parte de su familia.
Ya en la estación del tren vemos como militares, policías y bomberos ayudan a mujeres, niños y ancianos a bajar las escaleras que les conduce a los autobuses con destino al aeropuerto de Varsovia (Polonia) y a cualquier parte de Europa.
Dentro, nos pareció una película de la Segunda Guerra Mundial: Trenes cargados de personas llegando a aquella pequeña estación. Militares y policías guiando a mujeres que llegan con lo puesto y que llevan en una mano a sus hijos y en la otra una pequeña maleta.
Entre las personas que veíamos en la estación, también estaban personas mayores que al igual que las madres, tan solo llevaban una maleta pequeña y un abrigo en las manos. Algo que nos trastocó bastante fue una situación que nos comentó nuestro enlace, los ancianos estaban siendo la última opción de salvamento, tanto a la hora de viajar como a la hora de evacuación.
Eran aterradoras esas caras de miedo, pena y angustia de aquellos padres, maridos o hermanos que eran dejados atrás al frente de la guerra en total desigualdad, tanto en fuerzas como en crueldad.
Las personas eran dirigidas a mesas con militares donde les identificaban y se les conducía a la salida para montar en un autobús con destino a quién sabe dónde. En medio de la pequeña estación un bombero repartía muñecos a los niños y más adelante se les proporcionaba un vaso de sopa caliente con una botella de agua.
Allí nos encontramos a nuestra mamá, Irina, con una bebé de pocos meses llamada Susana y un niño de 14 años llamado Jaime. La única preocupación de este joven era si allí donde fuera podría terminar 8º y cuánto tardaría en hablar español.
Al igual que con las niñas nuestra prioridad era que ellos tampoco pasaran por el centro de refugiados y nos los llevamos a todos a un hotel para que allí pudieran descansar.
En la cena la madre nos dice que no tiene ni comida, ni pañales ni toallitas. Viendo la situación de que ya era de noche, salgo en busca de una farmacia y preguntando por señas encuentro una farmacia donde me dan el único bote que les quedaba, pero no tenía ni pañales ni toallitas por lo que en inglés me da la dirección de otra farmacia, pero al llegar me dicen que no tienen nada (una pena todo...) pero al menos me queda el consuelo de que la niña puede cenar esa noche.
De regreso al hotel terminamos de cenar, Jesús y yo ya en el coche decidimos ir a otra farmacia se supone que es la más grande por indicaciones del camarero del hotel, allí encontramos pañales y en una gasolinera a las afueras las toallitas, con el sentimiento de haber corrido la gran yincana y por supuesto ganadores, volvemos al hotel con los trofeos y nos dirigimos a nuestra habitación con la satisfacción de ya tenerles a todos protegidos con nosotros, sin los ruidos de sirenas ni el aterrador estruendo de los bombardeos.
Primer día de regreso, se les ve de vez en cuando sonreír, sobre todo a los más jóvenes del grupo, esa cara de que van a recorrer una de las aventuras más importantes de sus vidas y es con nosotros.
A Irina, la mamá, que viene de la frontera de Rusia se le nota más seca y con el talante frío, le enseñamos a prepararse los desayunos en los hoteles, a Jaime a utilizar cubiertos (sobre todo el cuchillo)
Durante todo el camino nos dijeron que las personas que viven cerca de Rusia tienen una mentalidad muy seca y fría, al contrario que las niñas que son de regiones más acercadas a Europa y todo el tiempo nos facilitan las cosas y nos agradecen constantemente nuestro esfuerzo.
La verdad es que nos quedamos con la satisfacción de haber cumplido con nuestro deber como seres humanos, como padres, con la cara de Irina al ver que esa noche aparecíamos con lo básico (leche, pañales, toallitas) para su hija. El haber enseñado a Jaime a hacer biberones para su hermana.
Con las caras de todos al ver por primera vez el mar, algo que les prometimos, puesto que ninguno lo conocía. Algo anecdótico fue cuando Jaime se nos metió de patas en el mar con zapatos y pantalones (qué pensaría que era eso...)
Las caras al probar en San Sebastián una tabla de ibéricos y de quesos manchegos, un segundo plato de secreto ibérico y la torrija a la cual se quedaron prendados.
Nos queremos quedar con ese abrazo y ese "gracias" cuando dejamos a la familia en Toledo con la asistenta social de la Junta de Castilla la Mancha, fuel el único gesto de agradecimiento que nos dio en los casi 5 días de convivencia, pero bien agradecido al final.
MUCHÍSIMAS GRACIAS a todos los que han hecho posible que estás cinco personas tengan esta oportunidad.
GRACIAS a mis compañeros que se han volcado con su ayuda, sus donaciones y su ánimo todo el camino.
GRACIAS a las personas que han colaborado haciendo su aportación de material, especialmente al Colegio Lope de Vega de Talavera de la Reina y a su directora Beatriz.
GRACIAS a todas las personas que nos han ayudado en la planificación del viaje, ucranianos en España, personas que ya habían venido a ayudar, etc.
GRACIAS a los dos niños que nos dieron dos peluches que nos sirvieron de amuleto durante el viaje.
GRACIAS Jesús, mi compañero de viaje, ha sido fácil contigo, nos hemos reído, hemos llorado y hemos compartido la misma ilusión de ayudar a estas personas, de poder ofrecerles el poder dormir tranquilas y una vida digna, Irina, Susana y Jaime protegidos por nuestro gobierno y Julia y Natalia protegidas por su entorno familiar.
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